BIPOLAR, DE ELENA MÉNDEZ


En Bipolar, Elena Méndez ha conquistado la concisión de forma y unidad de tono y estilo. Los cuentos de este libro, divididos en dos partes: “El cuerpo del delito” y “Tal vez morir en soledad” tratan —como lo indica uno de los paratextos— “sobre personajes con trastorno afectivo bipolar”. No obstante, la obra va más allá de un estado clínico. Los personajes a menudo se hallan en situaciones límite o en circunstancias extremas, cifradas por la violencia latente o explícita. Los recursos literarios son variados, pero el más evidente es el diálogo y, con él, la estilización del lenguaje para producir el efecto de oralidad, tanto a nivel léxico como sintáctico. Desde el primer texto, “Sinaloa y sus ojos cafés”, el diálogo es desconcertante, con un no menos desconcertante desenlace. En “Más vale que esté muerto”, el registro lingüístico es verosímil, lo cual resulta una virtud si tomamos en cuenta la gran cantidad de narraciones con diálogo que se publican sin atender el oído, es decir, la variedad de registros.
 En “Una clase de literatura”, en cambio, nos instalamos en medio de una multiplicidad de opiniones en torno a un clásico del siglo xix. La experiencia se sintetiza en incomunicabilidad, pero también en su fragmentación y parcialidad. Lo frágil y transitorio del individuo responde a la inestabilidad y fragilidad del propio orden de lo real, al que ciertos personajes —presos del orden imaginario o del peso de la cultura— no pueden  comprender. Si el recurso más empleado es el diálogo, el tema frecuente es justo la violencia en todos los niveles, sobre todo sicológica: una violencia que produce escisión, a veces con la realidad; otras, con el mismo yo.
 Bipolar es un libro de instantáneas, breves cuadros de una galería oscura, marcados por la intensidad y precipitación del lenguaje; las situaciones, fragmentadas como en la conciencia, que selecciona de un cúmulo de estímulos a menudo discordantes. Y a pesar de la a menudo violencia verbal, la autora es capaz de expresiones tan poéticas como esta: “Se ha incendiado el metal de mi voz, mientras el crepúsculo incendia mis pupilas”, intensa imagen para describir un estado depresivo. La prosa tiene un ritmo precipitado, nervioso, rápido, a veces entrecortado, y es, en este sentido, un excelente vehículo para mostrar los temas: fondo y forma constituyen una sola expresión.

Juan Antonio Rosado
              
Elena Méndez,  
Bipolar
Linajes Editores, 
México, 2011, 
88 pp.

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