TEÑIR DE ROJO EL CIELO GRIS
Pero esta noche déjame reponerme
de la ausencia.
Necesito estar en silencio, con
los ojos abiertos,
que hoy como siempre seas mi
insomnio.
Elena Méndez, “En silencio, con los ojos abiertos”
Es difícil escribir en clave erótica. Sobre todo si
concebimos tal cuestión con la amplitud que requiere el término. Con esa
búsqueda de los significados que implica hacer frente a la muerte. De lo que
sucede cuando estamos vivos. De la descripción densa de los hechos que nos
recuerdan que hay algo más allá de la rutina, más allá del dolor, más allá del
sexo, incluso más allá del amor. Porque esas historias eróticas son las que se
nos graban de manera más permanente en la memoria. Sonreímos hacia dentro y
seguimos, en espera de que la vida se siga manifestando en nosotros todos los
días. Elena Méndez entiende los matices múltiples de lo erótico. Su libro de
cuentos, Bipolar, da noticia de tal entendimiento.
“Bipolar” es un término que ha alcanzado notoriedad
en los tiempos que nos han tocado vivir. Originalmente describe una afectación
psiquiátrica definida como complejo maníaco-depresivo que se caracteriza por
episodios de comportamiento de excesiva energía combinados con periodos de
depresión aguda en intervalos de tiempo sumamente cortos. Sin embargo, se ha
abusado del término para calificar los cambios de humor que los seres humanos
experimentamos como reacción a la experiencia vital. A la menor provocación se
lanza la expresión, que suele ser peyorativa: ¡pinche gente bipolar! El
ambiente que dibuja el libro de Méndez, sin embargo, va más allá. No hay
bipolaridad, sino multipolaridad. Es su libro un libro de historias que
reflejan múltiples estados de ánimo y posturas éticas (y estéticas) que no caen
en el cliché ni el exceso descriptivo. Lo cual se agradece.
El libro está dividido en dos partes: “El cuerpo
del delito” y “Tal vez morir en soledad”. En el primero triunfa Eros. El dios
de la vida se regodea en relatos que narran ligues en-apariencia-inocentes en
el interior de un autobús, encuentros sexuales patrocinados por la vocación
alcahueta de la internet, la posibilidad de flexibilizar los gustos sexuales en
aras de pasarla bien, la aventura de levantarse a un mamado estríper, el
testimonio de la primera borrachera femenina en compañía de mujeres más
experimentadas, el triunfo de la violencia que se vuelve venganza placentera en
contra del maltrato de una madre bien bragada, la descripción de encuentros
sexuales poblados de los fantasmas de los otros que están en la cama sin estar.
Uno de mis cuentos favoritos está en esta parte, “Una clase de Literatura”
donde una discusión sobre Madame Bovary se convierte en el pretexto para
desvelar a las especies que perviven en el mundo de los que tienen a la ficción
como su objeto de estudio; los sobrenombres escogidos por la autora para
describir a los asistentes a esa última clase del semestre generan, aparte del
nada velado acertijo, la sensación de dèja vû para los que hemos vivido
la experiencia en un salón de clases, en un taller literario o en espacios
similares.
La segunda parte del libro, “Tal vez morir en
soledad”, introduce al lector en una sensibilidad distinta. Si bien está
presente el sexo, la pulsión tanática parece dominar la mayoría de los
ambientes de estos cuentos. Otra cosa sobresale: el uso de un lenguaje más
evocador que descriptivo. Además del uso de metáforas que se convierten en
algunas de las líneas mejor logradas del compendio. Aquí encontramos más dolor,
más melancolía, más azote que en los textos de la primera parte en donde el
goce se enfrenta a menos cuestionamientos. Hay en esta serie de cuentos temas
que resultan circulares y reiterativos pero que se expresan de maneras
diversas. Entre todos resaltan la infidelidad y el desamor. Las relaciones que
no terminan en ningún lugar más allá de la cama (o que ni siquiera llegan ahí).
Lo cual no sería trágico, si no fuera evidente que en esas relaciones fugaces
uno de los dos involucrados siempre está buscando algo más que el goce
momentáneo. Hurgando en ese territorio minado y resbaladizo que es el amor.
“Noches vacías”, al final del volumen, resulta el colofón ideal en el que se
funden los dos temperamentos en que el libro está inscrito: el goce vital y la
tristeza melancólica.
Nota (un poco) al margen: resulta curioso que en la
primera parte el impulso narrativo es poderoso. Lo que importan son las
historias y las acciones que les dan vida. El hecho de hacer: de besar, de
flirtear, de coger, de mamar, de eyacular. El uso del lenguaje es locuaz, hay
un sentido del humor fino, burlesco, que parte de las situaciones y no de las
propias palabras (lo que le imprime una doble valía). La narración celebra (y
construye) la vida y lo que ocurre en sus territorios. La segunda parte está
sostenida en un afán lírico, en una necesidad de convertir en alegoría las
desventuras, las tristezas y el mundo interior. Eso es lo que hay en la segunda
parte, una preeminencia de la focalización interna que alude a los
pensamientos, temores y recuerdos de los personajes (femeninos en su mayoría,
pero que en algunos casos son masculinos-saturados-de-testosterona).
Es un libro que tiene entre sus virtudes el hecho
de arriesgar con la reproducción del habla de cierta parte del norte de México,
con la descripción llena de matices de un país que también vive de noche, con
la mención reiterada de las relaciones emocionales (y más) que se establecen
con los mentores, con una mezcla maliciosa de ficción y mundo-real-culturoso en
donde más de dos dedicatorias son literales y confunden (o pretenden confundir)
los campos de la realidad-memoria-ficción a los ojos del lector. Si tiene
oportunidad de acercarse a este primer libro de Elena, no lo dude y hágalo: no
se arrepentirá, o tal vez sí; probablemente lo enfurezca; o le sea indiferente;
o lo haga llorar sin control. Todo depende del nivel de multipolaridad que se
cargue. Yo, nomás de generoso, les dejo una muestra:
Letanía de la joven suicida
...El
amor no es sólo eso, no es solamente mirarse a los ojos y tomarse de las manos
y pronunciar solemnes palabras que luego habrán de tirarse a la basura. Algún
día, se prometió a sí misma, dejaría atrás el precipitarse cual ave implume y
ciega hacia el abismo... algún día.
Pero ese algún día, cómo encontrarlo, amar es algo
más, amar debe ser recíproco, y te lo dice a ti que no has amado, que sólo
conjugas ese verbo para encubrir tu única intención, tatuar una sombra en la
pared mientras galopan las hormonas en la sangre.
Y qué podías decirle tú para consolarla de lo que
llamaba una rara promiscuidad sin coito alguno, a veces teñida de ternura pero
siempre permeada de lujuria, de ese maldito ser sin querer ser, de ese tener
que callar a quién, cómo, por qué amaba.
Y la oíste sin escucharla, sin poderle responderle:
Te comprendo mas, como tú dices, algún día...
Te escribió una carta nunca enviada, antes de teñir
de rojo su cielo gris.
Édgar Adrián Mora
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Édgar Adrián Mora
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Elena Méndez, Bipolar, Linajes Editores,
México, 2011. (Prólogo de Teresa Dovalpage).
http://fabricadepolvo.blogspot.mx/2012/10/tenir-de-rojo-el-cielo-gris-o-los.html
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